Enrique Rosenman

Artista

Argentina

“Un ritual absurdo, un malabar escultural, un intento del malabarista de seguir fiel a sus clavas”. 

 

Con estas palabras resume Enrique (Ingeniero Maschwitz, Argentina, 1996) su propio número, donde los objetos del malabarista se rebelan contra su dueño y lo dominan. 

Enrique conoció el mundo del espectáculo a los 10 años gracias a una caja de magia para niños. A la rutina de sus primeras actuaciones pronto incorporó tres pelotas que le regaló su abuela, naciendo así el “show del payaso Calabaza, para cumpleaños y casamientos, velorios y bautismos”. Pasaron los años y los malabares le acercaron al semáforo, y el semáforo a otros malabaristas, y éstos a las convenciones por Latinoamérica, y de ahí, con toda la mochila de aprendizaje recabó en la Escuela Superior Ésacto’Lido, en Francia. 

Ese viaje, desde el barro de la barriada de su infancia al linóleo de Lido, es el que le trae ahora a la pista del Price para mostrar su forma de ver los malabares. No busca alardear de altísimos lanzamientos con múltiples elementos. Enrique regresa a lo básico, a las tres clavas (o mazas) y las deconstruye. Con ellas erige figuras simétricas, líneas que aparecen, vuelos breves que forman imágenes fugaces y efímeras en nuestra retina. El dominio corporal, donde los elementos ruedan y se deslizan por su cuerpo, es una de sus señas de identidad. 

Disfrutemos, pues, de esta bella pieza, de esta relación entre el artista y sus clavas, de este idilio en el que llegaremos a dudar de quién domina a quién. 

 

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